
El olor a muerte se extiende por las calles de Mandalay, la segunda ciudad más grande de Birmania, mientras los esfuerzos de rescate continúan dos días después de un devastador terremoto de magnitud 7,7 que sacudió el país el viernes. Más de 1.600 personas han muerto y muchas más siguen atrapadas entre los escombros, mientras los rescatistas luchan por acceder a las áreas más afectadas.
El epicentro del sismo se localizó cerca de Mandalay, derrumbando edificios enteros y dañando infraestructuras esenciales como el aeropuerto de la ciudad. La población local ha sido la principal fuerza en las tareas de rescate, moviendo escombros a mano bajo temperaturas extremas de hasta 41 grados Celsius (106 Fahrenheit), sin equipos pesados a su disposición.

A pesar de las réplicas sísmicas, como una de magnitud 5,1 que sacudió la región el domingo, los esfuerzos no se detienen. Sin embargo, la situación se ha visto agravada por carreteras dañadas, puentes colapsados, y la falta de comunicación en muchas áreas. La guerra civil que afecta al país también ha dificultado el acceso a algunas zonas, complicando aún más la labor de los equipos de rescate.
Los hospitales en las ciudades más afectadas, como Mandalay y la capital Naipyidó, luchan por atender a los miles de heridos, mientras las autoridades locales enfrentan una escasez crítica de suministros médicos. “Estamos escuchando informes de cientos de personas atrapadas en diferentes áreas. Esto podría aumentar en miles”, señaló Cara Bragg, gerente de Catholic Relief Services en Rangún.

El conflicto armado interno de Birmania, que ha dejado más de tres millones de desplazados, añade una capa de complejidad a la respuesta humanitaria. La situación ha generado llamados a un alto el fuego inmediato, con el fin de permitir que la ayuda llegue sin obstáculos a quienes más lo necesitan.
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